Se escondieron primero el gato gris y su compañera, por sueño,
luego el gato violeta y la gata naranja, al mismo tiempo que los dos persas azules,
y más tarde los otros gatos desaparecieron con el paso de las horas.
Así fue cómo quedaron la gata verde, el gato naranja, el gato ámbar y el gato negro,
al principio el sueño y el frío los intentaba convencer para que se durmiesen
pero se resistían y se pusieron a hablar de momentos y de tiempos, aliñados con humo y alcohol.
Llegaron a la conclusión que el lugar más tranquilo y más temido del mundo era el bosque,
y acabaron pensando en la definición de la palabra libertad,
el gato negro sólo se consideraba libre antes de conocer la palabra libertad.
Empezó a llover y los gatos se escondieron,
uno a uno iban cerrando la cremallera de la noche
mientras las nubes se montaban una orgía brutal.
El aroma del vino flotaba en el viento,
las estrellas se mojaban de colores
y el tiempo se negaba a entregarse a los brazos del sueño.
De repente el gato negro se dió la vuelta y miró el cielo,
se preguntó porque los gatos temían al agua
y se quedó con la noche para comprobarlo.
No sabía porqué temía al agua si nunca se había mojado,
al igual que tampoco sabía porque tenía miedo a despedirse,
si aún no se había despedido de nadie.
Se encaramó a un olivo y se quedó mirando al cielo,
se fumó un cigarro pensando en lo bonito que había sido conocer a los otros gatos
mientras la música de las primeras gotas de lluvia sonaba al rebentar contra el suelo.
Los árboles gemían de rabia y las hojas se tiraban del pelo,
todos lloraban por no haber conocido el amor
y se lamentaban por fuera y por dentro, les chirriaban los dientes.
Los pinos se agitaban y los cipreses se peleaban por esconderse,
los zorros se metían de todo hasta las cejas, los gorriones se dormían
y las zorras se disfrazaban de oveja después de haber matado a las ovejas.
Con esas primeras gotas de lluvía todo el mundo enloquece por segundos, o por años,
la música que resuena hasta el horizonte y entristece a todo el que se encuentra a su paso,
es la música del corazón roto del cielo que suena cuando las nubes se ponen tristes.
El gato se sintió sólo y se estremeció al oír las primeras notas de agua,
tenía miedo de bajar del árbol aunque sabía que si gritaba los otros gatos irían en su ayuda,
pero no gritó...
Se quedó para contemplar toda la fuerza del cielo golpeando contra la tierra,
anhelaba saber porqué los gatos tenían miedo al agua,
aunque le costara la cordura.
Cerró los ojos bien fuerte y sacó las uñas para cogerse bién al tronco del olivo,
no quería caer y mojarse con el signo de los tiempos,
quería conocer arriesgando, quería arriesgar para conocer.
De repente cayó un rayo y el gato sintió terror pero no gritó,
se quedo quieto, agazapado entre las sombras y el cobijo del olivo,
vió a que le temían todos sus ancestros, la rabia de la naturaleza interior, innata.
El gato deseó no haber sido tan atrevido como para osar retar al cielo,
se vió tan pequeño que sintió pena y empezó a llorar,
y sus lágrimas le resbalaron por las mejillas.
Al impactar sus lágrimas contra la tierra mojada por el agua de lluvía
fue el cielo el que se resquebrajó y paró de llover,
las insignificantes lágrimas que temían la inmensidad del cielo fueron las que lo vencieron.
A la mañana siguiente todos los gatos abrieron las cremalleras del día,
se lavaron la cara y se dirigieron hacía los olivos,
y contemplaron su mayor temor, el cadáver de uno de los suyos.
El cadáver de un gato mojado, un gato loco que desafió al cielo y se marchó sin despedirse,
y aunque ningún otro gato lo sabía, había sido el gato muerto el que había vencido,
sus lágrimas habían vencido a las lágrimas del cielo.
Todos decían: pobre gato, cómo fue que el cielo lo atrapó si tenía tiempo de huir,
lo que no sabían era que fue él mismo el que buscó enfrentarse a sus miedos,
un miedo al cual no sabía porqué temía, ni siquiera sabía temer.
Ahora ya ha pasado el tiempo, los gatos no lo recuerdan,
el gato que murió lloràndole al cielo se ha convertido en leyenda
y ha sido olvidado...pero sólo él vió que no era el cielo ni el agua lo que los gatos temían.
Los gatos tenían miedo a no tener nada a que temer, por eso lo temían,
no podían concebir que nada los asustase, algo tan inmenso cómo el cielo,
no era el cielo ni las lágrimas del cielo lo que los gatos temían...
...eran sus propias lágrimas lo que más temor les causaba.
Escrito por Irondile